miércoles, 20 de enero de 2010

El Estado de Bienestar

El Estado de Bienestar cuenta entre sus antecedentes al sistema Speenhamland (como apunta Isuani) y a las instituciones Bismarckianas.

El primero fue una experiencia que tuvo lugar a finales del siglo XVII en Inglaterra como intento de paliar la inflación que azotaba la región, producto de la escasez que la guerra con Francia, el retraso de las importaciones desde Prusia y Polonia y los crudos inviernos de 1794 y 95 habían generado.

Inglaterra miraba con malos ojos los victoriosos procesos revolucionarios en la Europa Continental al tiempo que la hambruna se convertía en una amenaza para las poblaciones rurales. Tiene lugar en mayo del 75 en Speenhamland (Berkshire) una suerte de asamblea que tenía como propósito fijar un salario mínimo móvil en virtud del precio del pan (Breadscale), pero en su lugar se resolvió suplementar los salarios desde la contribución que cada parroquia recibía para socorrer a los pobres.[1]

Este sistema se aplicó por varios condados con velocidad y fue adoptado por medio país hasta que un año después obtuvo sanción legislativa convirtiéndose así en una primera experiencia de Estado de Bienestar.

Las segundas hacen referencia a los beneficios sociales otorgados a la clase obrera (luego hechos extensivos a otros estratos) mediante la legislación social del Canciller alemán Otto Von Bismarck. Este proceso comienza en el año 1870 cuando la actividad del Estado se incrementa hasta la constitución del imperio en 1871, federalmente estructurado con potestades sobre la defensa, relaciones exteriores, comercio aduanero, finanzas y monedas. El Estado aportaba junto con el sector obrero y la patronal, una estructura creada para combatir la expansión de las ideas socialistas.

La legislación de Bismarck comprende el seguro de salud y el de accidentes, la pensión por discapacidad y las jubilaciones; todos de carácter compulsivo a ser cubiertos por el Estado, empleados y empleadores.[2]

La primer tendencia termina por revertirse por la conversión a un sistema donde los trabajadores se hacen cargo de su supervivencia (Self-Reliance) donde la asistencia a quienes no estaban en condiciones de vender su fuerza de trabajo era lo suficientemente despreciable como para que el trabajo fuera la primer opción (Less Elegibility).

Dada esta coyuntura, dos innovaciones de vital importancia tienen lugar a principios del siglo XX en E.U.A.: el shop management de Frederick Taylor y la cadena de montaje implementada por H. Ford. La primera consistía en la descomposición de procesos complejos de la producción en tareas simples y cronometradas.[3] La segunda, radicaba en sistemas de ensamblaje racionalizados de modo que las piezas se acerquen a los operarios en lugar de la inversa.[4]

Ambas supusieron un fuerte incremento de la productividad mediante la reducción de los tiempos de ejecución y requerimientos de calificación de los empleados.

Se desata un proceso en el que la oferta gana terreno a la demanda. En la década del 20, debido a la pujanza del sector industrial, los inversionistas se abocan a colocar su dinero en el mercado interno causando una vertiginosa suba de la acciones. La creación de instituciones financieras apócrifas y una sed conducida por intereses espurios hicieron que la burbuja se expanda hasta explotar (Crac de 1929)[5] dando comienzo a la crisis conocida como “Gran Depresión”.[6]

Roosvelt asume la presidencia en E.U.A. con la promesa de grandes cambios (New Deal) para activar la economía y así superar el catastrófico estado legado (trece millones de desocupados, indigencia, migraciones internas, pérdida de propiedades). Se crean numerosos empleos con obra pública de infraestructura (caminos, escuelas, represas). Se establecieron salarios mínimos y precios máximos a la vez que se erradicaba el trabajo infantil, se legalizaban los sindicatos, el derecho de huelga y se creaban los seguros de desempleo, vejez y enfermedad.[7]

Estas acciones sumadas a la incentivación del consumo daban como resultado mayor producción y ganancias a la vez que, como apunta Heilbroner, se regularizaba el ciclo económico. Esto constituye el Estado de Bienestar, que se diferencia de sus antecesores en su financiación mediante impuestos generales y que sus beneficios estaban dirigidos a todos los ciudadanos en lugar de solo a los económicamente activos.

Las ideas revolucionarias pierden impulso. Los capitalistas obtienen prioridad de inversión y los trabajadores, propiedad privada.

La obtención de conquistas sociales encuentra su camino allanado en un contexto de expansión democrática (sufragio universal).

Las siguientes décadas se caracterizaron por un crecimiento económico virtualmente ininterrumpido, encontrando su punto álgido durante la distensión; hasta entrada la década del ‘70 cuando se hace sensible el aumento en el desempleo al tiempo que los niveles de producción decrecían.

Este estancamiento de la economía estaba acompañado por inflación (antes asociada al crecimiento), fenómeno denominado stagflation y tiene como punto de inflexión la Crisis del Petróleo de 1973, cuando el Lobby de los países petroleros sacude las economías occidentales acordando una suba extraordinaria en los precios del crudo.

Entrando en los ‘80s, se arraiga la creencia de que el modelo comienza a agotarse, resaltando lo oneroso del Estado de Bienestar, y que la intervención estatal atentaba contra las ganancias empresariales, restringiendo la competencia, ergo, eran responsables de la inflación.

Se empieza a sugerir que el Estado debía volver a retraerse, reduciendo su presupuesto y los impuestos al segmento más rico; exigiéndole, sí fortaleza para enfrentar situaciones o entidades que pusieran en riesgo la libertad de mercado (e.g.: los sindicatos), dando forma así a lo que comenzó a denominarse como propuestas neoliberales, siendo el gobierno inglés de la Dama de Hierro entre el ‘79 y el ‘90 el ejemplo más puro de Estado Neoliberal.[8]

La presencia del Estado en los medios de producción se ve acotada por las privatizaciones, comienzan a quedar sin efecto las regulaciones que actuaban sobre el mercado y las condiciones laborales sufren una paulatina degradación en un proceso llamado “flexibilización”.

La caída y fragmentación de la URSS, la conformación de bloques económicos compitiendo entre sí bajo el dominio de los E.U.A. era el contexto en el que se produce un corrimiento en las actividades económicas centrales (metalúrgica, producción petrolífera, etc.) hacia actividades que requerían mayor nivel de especialización, impactando sensiblemente en el mercado laboral, marginando un número sorprendente de personas que no estaban en condiciones de ingresar en este nuevo ámbito.

Dado este contexto, se da un gradual pero voraz proceso de exclusión que margina del sector productivo a quienes antes eran parte del sistema, engendrando así pobreza estructural. Isuani también enfatiza la heterogeneización social donde la dualidad asume formas palpables.

El papel de la asistencia social se retrotrae a épocas prekeynesianas asumiendo el puesto de la antigua beneficencia, con un alcance muy cuestionable.

Las reformas neoliberales en nuestro país tenían como objeto conciliar demandas de sectores históricamente antagonistas: el capital nacional, el extranjero y la banca acreedora, a través de medidas como las privatizaciones (“achicar” el Estado), descentralización (transferencia de funciones), reforma administrativa (ahorro de gasto, “retiros voluntarios”), reforma tributaria (atacar el evasión), desregulación (eliminación de subsidios, menor control), y la ya nombrada flexibilización; con los resultados anteriormente expuestos.[9]

Saborido indica, que como resultado de las políticas aquí descriptas, toma presencia un fenómeno que constituye un cambio histórico y que envuelve la realidad toda en retroalimentación con ésta:

La globalización en el último tramo de la historia aparece como representante del Capitalismo Neoliberal Hegemónico y se configura exacerbando las diferencias preexistentes; contrastando el geométrico progreso material con el estancamiento o incluso retroceso moral.

Aunque aún se debata si este proceso es realmente nuevo o si es una tendencia histórica que cobra vigor en los últimos tiempos, lo cierto es que en el plano económico y sus relaciones se han venido globalizando desde hace siglos, según Saborido y Aróstegui.

El fenómeno afecta todos los planos de la vida. Las transformaciones en todos los niveles (información, comunicación, tecnología, de los flujos financieros y procesos productivos) tienen una magnitud comparable y hasta superadora de las revoluciones industriales.

Es evidente que puede trazarse una conexión entre el fenómeno y las economías capitalistas. El flujo de la información tiene vital importancia en las transacciones financieras y acorta la distancia en la conquista de nuevos mercados.

Las grandes empresas colocan parte importante de su mano de obra allí donde sea ésta más barata.

Este entramado conlleva un muy grave talón de Aquiles: la inestabilidad. Las crisis (eminentemente financieras) se propagan en efecto dominó, arrastrando consigo a todos sus vínculos. La actual crisis es viva prueba de ello, cuando la depresión se halla en un nodo central, el mundo entero padece los efectos, incluso la Unión Europea, que cuya creación ha dependido en gran medida de la globalización, presenta índices recesivos.

Así como hay ganadores y perdedores con este efecto, lo concreto es que, tal como comentan Aróstegui y Saborido el capitalismo dio el paso decisivo hacia su completa transnacionalización […]. Todas las economías particulares deben integrarse para poder tener pleno acceso a mercados e intercambios de capital, mercancías y recursos.

Lo que evidentemente no garantiza que las relaciones sean simétricas, sino todo lo contrario, suelen presentar un sesgo considerable en beneficio de los poderes hegemónicos.

Algunas empresas multinacionales son capaces de mover sumas ingentes de dinero y recursos comparables a la sumatoria de los productos brutos de decenas de estados y las consecuencias de la concentración de poder en manos privadas están a la vista.

Este proceso, de momento indetenible y de constante transformación y cambio nos depara un futuro incierto. Si el sistema de estados prevalecerá, acomodándose a la realidad darwinista que nos toca o si está en vías de franca extinción es el desafío que golpea las puertas de las generaciones venideras.



[1] Ver “El «Speenhamland System» o el subsidio de los salarios en períodos de crisis”. Ensayo publicado en “Revista de Política Social” ISSN 0034-8724, Nº 108, 1975, Pag. 7 por Manuel Moix Martinez.
[2] Según “El Desarrollo y la Consolidación del Estado de Bienestar Alemán desde sus inicios hasta nuestros días” de Cristina Gonzalez Muñoz, Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), 2004. Capítulo 2.1, Pag. 6.
[3] De acuerdo a “Frederick Taylor, Padre del Management Moderno”, artículo de Diego Fainburg, Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella, publicado en MATERIABIZ.
[4] Descripto según el artículo “Cadena de Montaje” en el sitio oficial de Ford, http://www.ford.com/
[5] “Crac de 1929”, Enciclopedia Microsoft® Encarta® Online 2009. http://es.encarta.msn.com/ © 1997-2009 Microsoft Corporation.
[6] “Gran Depresión”, Idem.
[7] “New Deal”, Enciclopedia Microsoft® Encarta® Online 2009. http://mx.encarta.msn.com/ © 1993-2009 Microsoft Corporation.
[8] Ver “La crisis del Estado de Bienestar: el neoliberalismo” en “Historia Económica del Siglo XX”, Planeta Sedna.
[9] “Medidas Neoliberales”, Idem.